En un aula escolar, en un parque o incluso en casa, un niño puede estar atravesando silenciosamente un trastorno de salud mental. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que uno de cada siete niños y adolescentes en el mundo padece algún problema de salud mental, y la mayoría no recibe diagnóstico ni tratamiento oportuno.
La detección temprana puede cambiar radicalmente la vida de un menor, pero ¿cómo saber cuándo un comportamiento es parte del crecimiento y cuándo es una señal de alarma?
Cambios bruscos de humor o irritabilidad constante.
Aislamiento social o pérdida de interés por jugar o interactuar.
Problemas frecuentes de conducta, como agresividad o impulsividad.
Dificultades persistentes para dormir o pesadillas recurrentes.
Retrocesos en el desarrollo (volver a mojar la cama, miedo a estar solo).
Quejas físicas sin causa médica (dolores de cabeza, estómago).
Bajo rendimiento escolar sin razón académica evidente.
Miedo excesivo, ansiedad o llanto sin motivo claro.
Señales tempranas que no deben ignorarse
De acuerdo con la Academia Americana de Pediatría (AAP) y el Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz (INPRFM), los siguientes síntomas podrían indicar la presencia de un trastorno mental en niños:
“Los adultos tienden a minimizar los cambios emocionales de los niños al considerarlos parte de una etapa o berrinche, pero muchas veces son manifestaciones de sufrimiento psíquico no verbalizado”, señala la doctora Silvia Morales Chainé, directora del Programa de Atención Psicológica a Distancia de la UNAM.
¿Cuáles son los trastornos más comunes en la infancia?
Según datos del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) y la OMS, los trastornos más frecuentes en la niñez son:
Trastorno de ansiedad generalizada.
Trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH).
Depresión infantil.
Trastorno oposicionista desafiante.
Trastorno del espectro autista (TEA).
Trastorno de conducta.
Estos trastornos suelen manifestarse antes de los 14 años, pero frecuentemente son diagnosticados mucho después, cuando ya han impactado el desarrollo académico, social y emocional del menor.
El papel crucial de padres y maestros
El entorno inmediato de un niño es su primer sistema de alerta. Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), los adultos deben prestar atención constante a los cambios de comportamiento, especialmente tras eventos estresantes como el divorcio de los padres, mudanzas, acoso escolar o duelos.
Un niño no puede pedir ayuda con palabras, pero sí lo hace con conductas. Los padres no deben temer consultar a un especialista si algo les preocupa”, asegura el psicólogo infantil Javier Castellanos, del Hospital Infantil de México Federico Gómez.
También es fundamental que las escuelas implementen programas de detección y canalización temprana. Un maestro puede notar cambios sostenidos en el comportamiento, como aislamiento, falta de concentración o agresividad. En México, sin embargo, solo el 15 por ciento de las escuelas públicas tiene acceso a servicios de psicología escolar, según datos del INEGI.
En América Latina, los servicios de salud mental infantil son escasos. La OMS advierte que en muchos países hay menos de un psiquiatra infantil por cada 100 mil niños. Además, persiste un fuerte estigma que impide a muchas familias buscar ayuda.
Esperar que el niño ‘madure’ o que los problemas desaparezcan por sí solos solo empeora su situación. La detección y el tratamiento temprano pueden evitar años de sufrimiento”, subraya la doctora Anamar Orihuela, terapeuta infantil con 25 años de experiencia.
El tratamiento puede incluir psicoterapia, intervenciones familiares, cambios en el ambiente escolar o medicación en casos específicos. La clave está en actuar pronto.