Después de sobrevivir a la mordida de un tiburón de Galápagos de casi cuatro metros, el biólogo marino Mauricio Hoyos se recupera en la Ciudad de México. El accidente ocurrió en aguas de Costa Rica, durante una expedición para colocar marcadores a tiburones martillo y estudiar sus migraciones y hábitats.
Mientras instalaba un transmisor, una hembra de tiburón de Galápagos reaccionó al pinchazo y lo mordió en la cabeza. “Sentí cómo me crujía el cráneo”, recuerda Hoyos, quien muestra las cicatrices de los 29 dientes del animal. “Si hubiera sido un ataque, no estaría aquí. Me perdonó la vida”, dice convencido de que fue una reacción defensiva.

El biólogo logró mantener la calma, ascendió lentamente a la superficie y fue auxiliado por el capitán de la lancha. Asegura que su caso demuestra que los tiburones no atacan por hambre ni por naturaleza violenta, sino solo por defensa. “Sangré desde los 40 metros hasta la superficie, y ella no me siguió. Nosotros no somos parte de su dieta”, explica.
Con más de 30 años de experiencia y miles de marcajes realizados, Hoyos afirma que estos animales son esenciales para el equilibrio marino. “Son el sistema inmune de los océanos: eliminan a los enfermos y mantienen la salud del ecosistema”.

Fundador de la organización Pelagios Kakunha, Hoyos impulsa la protección internacional de tiburones migratorios a través del seguimiento satelital. “Los tiburones cruzan fronteras, por eso debemos protegerlos más allá de las leyes de un solo país”, señala.
Hoyos busca también romper con el miedo heredado por películas como Tiburón. “Ellos no son asesinos. Nosotros matamos cientos de miles al día, y los ataques mortales a humanos son rarísimos”, afirma.
“Los tiburones nos recuerdan que no somos la única especie del planeta ni la más importante. Debemos respetar el equilibrio de la vida marina”, concluye.

 
  
  
 



